"Si me preguntan para quién escribo me preguntan por el destinatario de mis poemas. La pregunta garantiza, tácitamente, la existencia del personaje.
De modo que somos tres:
yo; el poema; el destinatario. Este triángulo en acusativo precisa un pequeño
examen.
Cuando termino un poema,
no lo he terminado. En verdad lo abandono, y el poema ya no es mío o, más
exactamente, el poema existe apenas.
A partir de ese momento,
el triángulo ideal depende del destinatario o lector. Únicamente el lector
puede terminar el poema inacabado, rescatar sus múltiples sentidos, agregarle
otros nuevos. Terminar equivale, aquí, a dar vida nuevamente, a re-crear.
Cuando escribo, jamás
evoco a un lector. Tampoco se me ocurre pensar en el destino de lo que estoy
escribiendo. Nunca he buscado al lector, ni antes, ni durante, ni después del
poema. Es por eso, creo, que he tenido encuentros imprevistos con verdaderos
lectores inesperados, los que me dieron la alegría, la emoción, de saberme
comprendida en profundidad. A lo que agrego una frase propicia de Gaston
Bachelard: "El poeta debe crear su lector y de ninguna manera expresar
ideas comunes"."
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