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Un rostro frente a tus ojos que
lo miran y por favor: que no haya mirar sin ver. Cuando miras su rostro-por
pasión, por necesidad como la de respirar-sucede, y de eso te enteras mucho
después, que ni siquiera lo miras. Pero si lo miraste, si lo bebiste como sólo
puede y sabe una sedienta como tú. Ahora estás en la calle; te alejas invadida
por un rostro que miraste sin cesar, pero de súbito, flotante y descreída, te
detienes, pues vienes de preguntarte si has visto su rostro. El combate con la
desaparición es arduo. Buscas con urgencia en todas tus memorias, porque
gracias a una simétrica repetición de experiencias sabes que si no lo recuerdas
pocos instantes después de haberlo mirado este olvido significará los más
desoladores días de búsqueda.
Hasta que vuelvas a verlo frente
al tuyo, y con renovada esperanza lo mires de nuevo, decidida, esta vez, a
mirarlo en serio, de verdad, lo cual, y esto también lo sabes, te resulta
imposible, pues es la condición del amor que le tienes.
París, mayo de 1962.
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